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Gladys Aylward, la misionera que ayudó a los vendedores ambulantes en China

Gladys Aylward nació el 24 de febrero de 1902 en un suburbio de Londres, Inglaterra, en una familia pobre. Cuando tenía 14 años, Gladys abandonó la escuela para trabajar como empleada doméstica de una familia adinerada, a la vez que ayudaba a las mujeres necesitadas de la región portuaria de Swansea. Mientras trabajaba como empleada de hogar, tomaba prestados libros de la biblioteca de esta familia y aprendió sobre China. Había oído que los misioneros iban a servir a esas personas, así que empezó a ahorrar con la esperanza de un día poder viajar y ayudar al pueblo chino. Finalmente Gladys fue rechazada por la Misión al interior de la China, pues la consideraron demasiado mayor como para aprender el idioma y hacerse a la cultura china.

A pesar de no llegar al metro y medio de altura, Gladys soñaba a lo grande y no se echó para atrás en su decisión. Supo de una anciana misionera en China, llamada Jeannie Lawson, que había quedado viuda y esperaba que una joven fuera a ayudarla. Con 28 años, convencida de que debía ir, Gladys tomó el poco dinero que tenía ahorrado por su trabajo como empleada doméstica, compró un billete para el tren transiberiano solo de ida. Tras preparar algo de comida, una manta y un abrigo, partió desde Londres hacia la China en 1932. El viaje a través de Rusia no fue nada fácil ya que ese mismo año había estallado la guerra entre Rusia y China. Le faltó poco para quedar atrapada en medio del conflicto, pero providencialmente logró llegar a su destino.

Gladys Aylward en China, con 28 años de edad.

Cuando Gladys llegó a China, tuvo que viajar en mula a través de las montañas hasta llegar a Yangcheng, donde estaba la anciana misionera. Jeannie Lawson, de 73 años, quien se alegró al ver a Gladys y rápidamente la puso a trabajar reparando la gran casa vieja y destartalada donde vivía.

La señora Lawson quería convertir la casa en una posada para los vendedores ambulantes y arrieros de mulas chinos, que se desplazaban de ciudad en ciudad viajando junto a sus animales de carga. Aunque a Gladys no le entusiasmó la idea de la posada, sí que reconoció que viajar en mula por esos caminos era horrible y necesitaban un lugar donde descansar y poder comer un plato caliente. Había otras posadas, pero Lawson tenía claro que la suya sería diferente, pues ofrecería dos cosas que otros lugares no tenían: historias durante las cenas y camas sin pulgas.  Le pusieron el nombre de “La posada de la octava felicidad”. El número ocho para los chinos representaba muy buena suerte. Al principio, los arrieros y los comerciantes ambulantes temían a las dos mujeres blancas a las que llamaban «diablos extranjeros». Pero cuando por fin las tercas mulas fueron animadas a entrar en la posada por la insistente Gladys, el lugar se hizo muy popular. Gracias a este trabajo, Gladys aprendió el idioma chino. Durante las cenas les contaban historias sobre Jesús, el humilde carpintero de Galilea.

La actriz Ingrid Bergman (a la derecha) representó el papel de Gladys en la película «La posada de la sexta felicidad». El personaje de Jeannie Lawsaon fue interpretado por Athene Seyler (a la izquierda).

A la muerte de la misionera Jeannie Lawson, la joven Gladys Aylward comenzó a rescatar y a adoptar a niños huérfanos, llegando a ser muy estimada en toda la ciudad de Yangcheng. El mandarín de la ciudad considerando lo querida que era Gladys y que a pesar de ser tan bajita tenía los pies muy grandes, la nombró inspectora oficial de pies. Una nueva ley prohibió la práctica ancestral del “pie de loto”, que consistía en vendar firmemente los pies de las niñas chinas al nacer para evitar que les crecieran (los huesos se les rompían y era extremadamente doloroso). Así Gladys visitó cada aldea quitándole las vendas de los pies a muchas niñas. La fama de Gladys siguió aumentando, hasta el punto de que incluso fue llevada a una prisión para aplacar un motín. No solo lo hizo, sino que ayudó a mejorar las condiciones de vida de los prisioneros. Se ganó el nombre de “Ai-weh-deh» (mujer virtuosa) como adaptación de su propio nombre y cuando en 1936 se convirtió en ciudadana china, adoptó ese mismo nombre oficialmente.

Poco a poco fue adoptando niños huérfanos y llegó a superar el centenar en la sede de la misión en Yangcheng. Cuando los japoneses invadieron China en 1938, Gladys sirvió como espía para el gobierno chino. Los japoneses no tardaron en poner precio a su cabeza. Pero un día la aldea fue bombardeada y muchos murieron. Aunque Gladys se negaba a marcharse, un oficial chino la hizo recapacitar.  Gladys guió a sus más de 100 niños por las montañas por casi dos semanas, durmiendo a la intemperie y pasando frío, hasta llegar a una ciudad que los acogió. Gladys cayó exhausta por la fiebre tifoidea, pero una vez recuperada visitó varias ciudades ayudando a los refugiados.

Gladys durante un corto tiempo de visita en su Inglaterra natal.

Gladys Aylward decidió regresar a Inglaterra después de estar muchos años en China. Cuando llegó a su hogar, había envejecido tanto que a sus padres les costó reconocerla. Tras recuperarse junto a su familia empezó a dar conferencias sobre su trabajo en China. Se hizo tan famosa que la historia de su vida llegó en 1958 al cine con la película The Inn of the Sixth Happiness (la Posada de la Sexta Felicidad), basada parcialmente en su vida.

La actriz Ingrid Bergman fue la encargada de dar vida al personaje de Gladys. El filme tuvo un gran éxito internacional, gracias a la difusión a través de la radio y la televisión, pero Gladys Aylward se enfadó mucho porque la película no solo cambió demasiados detalles de su vida e incluso el nombre de la posada, sino que además se tomó libertades que no correspondían para romantizar el filme.

Algunas de las portadas que adoptaría el filme con la vida de Gladys en su distribución internacional.

En 1958 Gladys emprendió su regreso a China, pero no pudo entrar de nuevo al país, así que se estableció en Taiwán, donde fundó un orfanato salvando de las calles a más de 200 niños, brindándoles educación, comida, techo y todo su amor. Vivió allí hasta su muerte en 1970.

Una vida desprendida de una mujer pequeña de pies grandes, pero con un más grande amor hacia los más necesitados y que también tuvo en cuenta a los vendedores ambulantes que en aquella época viajaban penosamente por caminos llenos de piedras y fango.