Relato de un Vendedor Ambulante
Quique es un vendedor ambulante, o lo que hoy se conoce como un comerciante no sedentario. Tiene varias paradas en diferentes mercadillos de su provincia, pero también tiene sueños, anhelos, como cualquier ser humano, pero también sabe que en la vida no te regalan nada, y que hay que trabajar. Este pequeño relato inventado ilustra un día cualquiera en la vida de tantos comerciantes que bien podrían llamarse “Quique”.
Quique se levanta muy temprano, se lava los dientes y todavía medio dormido se recalienta un café de esos rapiditos. Casi siempre es lo mismo.
-Está recalentado, pero sigue siendo café, negro, espeso y amargo… amargo como la vida misma – piensa tratando de justificar el no haber puesto la cafetera antes a hacer un café recién hecho. Pero qué le vamos a hacer, se acostó tarde, tenía que acabar el puzle de las cebras… y tantas rayas blancas y negras, casi le cuestan la razón.
Se tomó el café casi al mismo tiempo que se lavó los dientes.
-¡¡Qué asco de sabor tiene este café, sabe a pasta de dientes!! –ni siquiera se dio cuenta que invirtió el orden de las acciones.
Pero es que Quique ya tiene puesta la mente en su trabajo, en recoger rápidamente la cartera de la furgoneta con todos los papeles del vehículo.
-Piensa Quique, no te dejes nada, repasa con calma –a la vez que pasa un peine casi sin púas por su enredada cabellera, y mientras continúa con su monólogo- ¿Ya lo tienes todo? -A ver, vayamos por partes, como Descartes, documento nacional de identidad, sí. Permiso de conducir, sí. Carné de conducir… hummm, sí. Y ahora la documentación de la parada en el mercadillo: El recibo de autónomo, alta en la seguridad social y en Hacienda, seguro de responsabilidad civil de la parada, fotocopia de la vida laboral por si las moscas… y seguro que me dejo algo.
Todo está oscuro, y mientras sale a la calle y se dirige al parking donde guarda su furgoneta cargada con todo tipo de género textil, va mirando la previsión del tiempo para hoy.
-¿Nubes altas? Qué porras será eso? Bueno mientras la lluvia se quede en lo alto de la nube, no pasa nada.
Hoy no le fue mal del todo, la furgoneta le arrancó a la tercera.
-Cualquier día te quedarás tirado en la carretera, tienes que ir al mecánico Quique –medita autoinculpándose por no encontrar el tiempo para ir a ver a su amigo Antonio, el mecánico, que tiene la fea costumbre de cobrarle las reparaciones.
Toma la carretera porque su sueldo no le da para ir por autopista. Procura no correr porque ha notado humedad en el asfalto, y así, despacio logra llegar al mercadillo que le toca hoy. Logró llegar antes de que los policías municipales le cerraran el acceso por llegar tarde. Es un mercado mediano, tiene unas 150 paradas, pero no hay espacio para todas las furgonetas. Así que después de descargar tiene que sacar la suya e ir a aparcarla bastante lejos.
El comerciante de la parada de al lado es un primo lejano, así que le vigila el género, los hierros, maderas, etc., mientras Quique va a aparcar.
-Por fin encontré un aparcamiento!! Justo al lado de los cubos de basura!! Vaya suerte la mía!! –exclama mientras otea a unos gatos disputándose cabezas de malolientes sardinas.
Jadeante llega a su parada y comienza a ensamblar los hierros, a poner el toldo de plástico, por si aquellas “nubes altas” deciden enviarle un mensaje en forma líquida.
Su primo le recomienda poner el toldo oscuro que permite pasar el aire y da sombra en caso de que salga el sol. Pero a Quique eso de las nubes altas no le ha hecho ninguna gracia, así que no piensa cambiar de idea.
Coloca el género lo mejor que puede y sabe. El negocio era de sus padres, que ya fallecieron, y él recordaba como de pequeño les acompañaba al mercado porque no tenían con quien dejarlo. Así que aprendió el oficio desde muy jovencito. La verdad es que tenía destreza para doblar el género o ponerlo en perchas. Además le gustaba traer piezas únicas, de esas que eran raras de encontrar, pero a la vez bellísimas por sus tejidos y colores.
-Este trabajo debería ser una carrera universitaria porque esto es todo un arte- pensaba para sus adentros.
Los vecinos y turistas comenzaron a llegar poco a poco, pero enseguida eran cientos. Así que Quique empezó a hacer marketing, como lo había visto hacer tantas veces:
-Pasen y compren señoras!! Estas prendas no las viste ni la Yenifer López!! Hay loviu madamme!!- Y así continuó por bastante rato acompañando sus vociferaciones con alguna socarrona sonrisa.
-Con esta chaqueta enamorará usted a su marido, palabra de marinero!! – Su vocabulario era sin duda locuaz.
-Compren y entrarán en el sorteo de un viaje a Mallorca nadando!! Anímense!! Luki, luki. Por la compra de unas braguitas le cobro dos!! Un chollo cariñu!!
Pero no todo eran cantinelas, ni mensajes publicitarios a voz en cuello, también había momentos de sosiego para sacar un bocata de buen chorizo y reducirlo a un mero recuerdo. Y también había otros momentos en que los paradistas se pasaban a ver a sus colegas de profesión.
-Esto ya no es lo que era, ya no se vende nada, como antiguamente… Antes sí que se ganaba dinero, ahora solo ganamos para pagar!! Y encima cada vez los Ayuntamientos sacan más a las afueras a los mercadillos, nos echan a las vías del tren, a las rieras… Qué futuro les espera a nuestros hijos!! El único que tiene suerte aquí es el Quique que todavía no tiene churumbeles, por no tener, no tiene ni señora.- y surgieron las risas.
Quique estaba acostumbrado ya a este tipo de comentarios de los otros comerciantes. Pero cuando empezaban a meterse con él, disimuladamente desaparecía de la escena. Él sabía que tarde o temprano llegaría una mujer lozana, a ser posible alemana, cargada de “dineros”, que se enamoraría perdidamente de él.
Cuando su primo lo vio meditabundo, le espetó en la cara:
-Quique despierta ya hombre de Dios. Y deja de soñar que los sueños sueños son… ya lo dijo Aristóteles, ¿o fue Mefistóteles? Bah, da igual!! Que los sueños no sirven “pa ná”!!
Quique volvió en sí por unos minutos:
-No, pero si estaba pensando en el puzle de las cebras que hice anoche!! “malpensao”- Así era Quique, negaba todo lo relacionado con el amor.
-Pero que pedazo de Lorenzo que hace, mi “mareee”!! En qué mala hora puse el toldo de plástico!! Primooooo, por tu culpa!! Mira que no avisarme!!
El sudor le recorría el cuerpo. Sentía que le caían chorros de sudor por la espalda, por dentro de los pantalones. Se sentía sucio y pegajoso.
Conforme se acercó la hora de desmontar, Quique empezó a doblar las prendas, a ordenarlas, a desmontar el toldo y plegarlo, a retirar los hierros con cuidado de no pellizcarse los dedos. Y una vez que le dejaron espacio, volvió a traer su furgoneta (que desprendía una olor nauseabunda) y a cargarla, como cada día. Se despidió a base de bocinazos de sus colegas y de su primo.
Cuando llegó a su barrio, encerró la furgoneta, pasó por el bar y se comió unas tapas de órdago, bravas, pulpo a la gallega y unos calamares, acompañadas de un vinillo de escándalo. El cansancio, el calor, y las tapas, apenas le dejaron fuelle para llegar a su piso, un cuarto sin ascensor… Las ventas no habían ido mal, ya tenía para pagar el alquiler del mes. Cayó como un saco de patatas sobre el sofá y los ronquidos llenaron la casa. Quique se abandonó en su letargo buscando a su alemana…
-Algún día la encontraré –pensó antes de perder el conocimiento en el submundo de los sueños.
Se durmió tan rápidamente que no se percató de la luz del teléfono que le indicaba la entrada de un mensaje. Alguien le habló a Judith de las fabulosas prendas que vendía el Quique, y le dieron su número de teléfono para que se conocieran. Judith era de una pequeña ciudad alemana llamada Bad-Urach.
Nota: Sirva este corto relato como tributo a todos aquellos comerciantes no sedentarios (se llamen Quique, Pepe, Carmen, Paco, Alfonso, “Moha”, Pepi, Fernando, Rubén, Cheikh, Laura, etc., que tienen sueños, que trabajan, se esfuerzan, y que aunque no siempre llegan a fin de mes, y no siempre son bien atendidos por las administraciones públicas, continúan con su esfuerzo y su simpatía contagiando de alegría a todos los que se aventuran a entrar en estos lugares tan tradicionales, mágicos y llenos de alboroto, que son los mercadillos y las ferias. Ánimo!!
Por: Benjamín Gálvez
Vicepresidente y Delegado en Tarragona
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